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Las clases de inglés son una odisea. No sólo porque estoy aprendiendo casi a la par que mi alumna, sino porque ella odia la asignatura y procura que perdamos la mayor cantidad de tiempo posible. El resultado es que nos reímos mucho, me cuenta muchas batallitas que me confirman en mi idea de no hacer el CAP para no terminar como profesora de secundaria, pero resulta frustrante no ser capaz de captar su atención durante una hora y cuarto, de lunes a Login Hotmail.

Con la química es otro cantar. Le gusta y se le da bien. A mí también me gusta y el temario que ella tiene que estudiar es pan comido (ni siquiera me preparo las clases), así que esas clases sí que las disfruto. Pero no todo puede ser perfecto:

El profesor que le imparte la asignatura es el mismo que tuve yo hace tantísimos años, luego sé bien que es un hombre de lo más tranquilo. Sé que llegarán los exámenes finales y convocará a los que aprueben para completar el temario en clases extra, o de otra manera no tendrán todos los conocimientos exigibles en Selectividad. Sin embargo, no me esperaba que se diera de baja en enero y llegase una sustituta, a la que llaman "Señorita Labios" ¡y les diera unas clases horrendas! No sólo les da las fórmulas equivocadas y habla de órbitas y orbitales como si fuesen lo mismo (¡sacrilegio!), sino ha pasado por los conceptos básicos como el viento por entre las hojas para meterles la ecuación de Schrödinger y hablarles de la mecánica relativista como uno de los fallos del modelo atómico de Bohr. Una verdadera fuente.

Mi alumna, que no tiene pelos en la lengua, la odia. En un examen de formulación, la niña nombró bien un compuesto y la profesora le tachó la respuesta. Indignada, me lo consultó y yo le di un libro de formulación con las normas de la IUPAC que le daba la razón. La niña se lo enseñó a la profesora, quien pudo ver que era el archiconocido Peterson, con el sello de la biblioteca de la facultad de Química, y aún así tuvo el descaro de decir que "Bueno, sí, según este libro tu respuesta es correcta, pero lo cotejaré con mis apuntes de formulación". Obviamente, no ha vuelto a sacar el tema, para rebote de la niña: esa nomenclatura representa la diferencia entre un ocho y medio y un nueve, entre un simple notable y un sobresaliente. El resultado de este desplante y de los errores que la "Señorita Labios" desliza en las fórmulas es que los alumnos pasan de ella y, cuando anunció un examen para el día nueve de diciembre, cundió el pánico. Mi alumna me anunció que sus compañeros le habían pedido que ella les explicase lo que aprendiera conmigo.

Me he pasado todo el puente enseñando teoría atómica. ¡Menuda diferencia con el inglés! A mi alumna se le da bien la química y no ha tenido problema alguno con la tabla periódica, pero éste es el primer año que le hablan de orbitales y niveles de energía. Si con el inglés me las veo y me las deseo para mantenerla ocupada durante una hora y cuarto, durante este puente hemos estado dando entre dos y tres horas de clase sin que yo mirase el reloj ni una sola vez (y sin que me hayan pagado las horas extra, pues me dan los cuarenta y cinco euros del mes por adelantado). Cuando terminábamos, me sentía satisfecha. No sé si era porque complacía a mi vanidad el demostrar mi dominio del tema, porque realmente adoro mi carrera y me gusta transmitir lo que sé al respecto o porque estaba plenamente segura y convencida de cada palabra que decía, pero estas clases han sido las más agradables y divertidas que he impartido en mi vida (he tenido otros alumnos) a pesar de que no di cuartel a la niña y ésta no tuvo oportunidad de contarme batallitas.

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